lunes, 10 de mayo de 2010

Hogarth y Winckelmann: vidas y obras

William Hogarth



William Hogarth nació en Londres en 1697. Grabador y pintor magistral, capaz de retratar a ilustres personajes de su tiempo y mostrar en sus obras a personajes de los bajos fondos. Enemigo de la enseñanza académica y de la corriente clasicista impuesta por los arquitectos palladianos, renovador y moralista a la vez, creador de historias dramáticas y seriales didácticos, abarcó todos los géneros con soltura. Hogarth es considerado el padre de la pintura de inglesa, por su defensa de una arte genuinamente inglés y por el reconocimiento de los derechos de autor sobre su obra.
Con las revoluciones que se sucedieron en Inglaterra durante el siglo XVII, se convirtió en una nación moderna con la primera monarquía constitucional de Europa y en una potencia marítima y comercial. La tradición protestante de la Iglesia anglicana había tenido una repercusión importantísima en el arte inglés. La reforma proclamaba la iconoclastia y rechazaba en la práctica cualquier tipo de representación religiosa. Es en este contexto donde se desarrolla el florecimiento de la pintura profana. Fue en los últimos años del siglo XVII cuando Inglaterra salió de su aislamiento. Esto coincide con la apertura del protestantismo inglés a las nuevas ideas filosóficas y científicas de John Locke (1632-1704) y de Isaac Newton (1643-1727), apoyadas en la razón , el empirismo y el sentido común, y que tendrán gran influencia en la obra de Hogarth, abierta al conocimiento de la realidad mediante la representación de la naturaleza en sus diferentes formas. Esta apertura trajo consigo la llegada de pintores del continente que traían la estética del Barroco, en la que predominaba la pintura de historia.
En las primeras décadas del siglo XVIII Hogarth se vio influenciado por varias corrientes: por un lado las reminiscencias del arte holandés del siglo anterior, que abarcaban el retrato y las escenas costumbristas; por otro lado la influencia tardobarroca que abordaba el genero ‘’Gran pintura’’ (temas alegóricos de la historia, mitológicos, religiosos); y por último el estilo rococó francés que se difundió por todo el continente llegando a Inglaterra.
El talento y las aspiraciones de William Hogarth le empujaron a independizarse, y en 1720 abrió su propio taller comenzando su actividad profesional como grabador. Mascaradas y óperas marco un punto de inflexión en Hogarth, ya que con ella tomó partido en la estética que se vivía en la Inglaterra del siglo XVIII. Se muestra como defensor de un arte nacional, hecho por artistas ingleses que tratan asuntos de su tiempo y destinado a la sociedad británica. A su vez, luchó contra los coleccionistas que preferían las obras de extranjeros aunque fuesen vulgares copias, antes que las de los pintores británicos, en este sentido, animó la creación de una escuela artística nacional. Sus aspiraciones artísticas le llevaron a abandonar temporalmente el arte del grabado para intentar alcanzar el éxito en la pintura. Fue prácticamente autodidacta y se mantuvo alejado de los tratados artísticos de la época que llevaban al artista a copiar modelos de la antigüedad.
El teatro era una actividad de gran relevancia en la sociedad inglesa de su época; el valor que Hogarth le da al teatro como punto de referencia para su obra artística, es fundamental, ya que no sólo la temática, sino la forma de mostrar los asuntos van a recordar en muchos aspectos su vinculación al mundo de los escenarios.
Tras casarse con la hija del pintor Thronill, Hogarth maduró como artista, con un estilo más definido, en el que dará más importancia a una visión irónica y satírica en sus retratos. En sus Series morales modernas cuenta una historia, a modo de representación teatral, dividida en distintas escenas, verdaderas pinturas de historia real que cualquiera podía experimentar en la calle, y no de historias mitológicas y de la antigüedad.
En 1734 abrió la Academia St, Martin’s Lane, también conocida como la Academia de Hogarth; aquí propuso copiar los modelos directamente de la naturaleza, no como se hacia en Francia que se copian modelos clásicos. La Academia se regía por principios democráticos en los que no existían jerarquías entre alumnos y profesores, y el método de enseñanza se basaba en la observación directa de la naturaleza y el estudio crítico de los grandes maestros. Se oponían a los principios de autoridad, al idealismo renacentista y a los dogmas académicos franceses, defendiendo la vuelta a la naturaleza, la relación con el teatro y en su obra se percibía cierta influencia del Rococó.
En su tratado El análisis de la belleza, 1753, habla de la línea flameante, rasgo común del rococó; esta obra arroja valiosa luz sobre sus métodos y anticipa la teoría moderna (cubismo) que busca la identificación de la forma interior de los objetos. Hogarth concebía esta línea no simplemente como una línea dimensional, trazada sobre un papel, sino como la forma tridimensional obtenida
En al década de los años treinta fue la época socialmente más activa de Hogarth, en la que también se preocupó de impulsar la elaboración de una ley que protegiera la propiedad artística frente al plagio y las ediciones piratas. Hogarth defendía que la idea original, la invención del artista, es una propiedad de valor, susceptible de ser robada como cualquier otra, por lo que necesitaba protección legal.
Si en los años treinta se preocupó por defender los derechos de los grabadores, buscar nuevas posibilidades para la enseñaza del arte, y en los años cuarenta dio a su obra una función social, en los años cincuenta la dedicó sobre todo a explicar el fundamento teórico de su obra en un ejercicio de autojustificación. Su gran aportación a la teoría estética fue el tratado Análisis de la belleza (1753), en la que defiende que la forma básica de belleza es la naturaleza. Pronto surgieron críticas y ataques a su tratado. Aunque durante la última década de su vida el mundo artístico e intelectual londinense le era cada vez más extraño, continuó involucrándose en proyectos relacionados con la educación artística y la difusión del arte británico.
En el momento de la publicación de Análisis de la Belleza, Inglaterra se hallaba en una fase cultural y literaria de corte neoclasicista que, como en el resto de Europa, trataba de devolver a este momento histórico la tradición grecolatina como fuente inspiración artística y moralidad pública. Hogarth no fue un neoclásico estrictamente ya que sus teorías se separan de algunos fundamentos teóricos y estéticos establecidos en aquel tiempo. Sus reflexiones en este tratado sirvieron para dotar a la estética británica del siglo XVIII de una conciencia sobre si misma como ciencia de lo bello, que debía proceder en la práctica con unos principios estables. El fundamento de la teoría estética de Hogarth está influenciada básicamente por las obras de David Hume y Edmund Burke, que desarrollaron un pensamiento empirista acerca del arte y la belleza. Podemos decir que se trata de un tratado empirista y práctico que recuperaba la estética de la Antigüedad como modelo de gracia y belleza visual. Se caracteriza por una sencillez y manera muy pedagógica de presentarlo que resultaba muy comprensible para el lector común. La finalidad que tenía su tratado era la de transmitir un arte que restituyese el conocimiento ético y moral a partir de unas premisas teóricas y estéticas.


Winckelmann


Johann Joachim Winckelmann nació en 1717 en Alemania, murió en 1768. Era hijo de un zapatero y desde temprana edad se interesó por el estudio de la historia de la Humanidad, más concretamente por la Prehistoria. Estudió las culturas griegas y romanas, consiguiendo en 1755 una beca para trasladarse a Roma. Allí ejerció el cargo de conservador de las antigüedades romanas y más tarde como bibliotecario del Vaticano. Conoció a Piaggi, uno de los arqueólogos de las excavaciones de Herculano, Pompeya y Estabia, que se llevaron a cabo bajo el patrocinio del rey de Nápoles Carlos VII (Carlos III de España). Escribió numerosos informes y relaciones sobre estos descubrimientos que asombraron a toda Europa y que abrieron el camino para el profundo conocimiento de la Antigüedad Clásica. Las críticas que realizó a los arqueólogos contemporáneos han sido consideradas por algunos autores como fundamento de la arqueología moderna. Defendió el neoclasicismo y otorgó un carácter científico a la Historia del Arte.
Si la influencia de Piranesi fue, sin duda, enorme y polémica durante el siglo XVIII, la obra de Winckelmann es realmente decisiva tanto desde un punto de vista teórico como práctico. Su estética se situó dentro de la Ilustración. Su obsesión por la Antigüedad griega sólo es comparable a su interés por la belleza, a su búsqueda de la serenidad, de la gracia, de la grandeza que él creía que existía por una relación estrecha entre arte y libertad. Para Winckelmann, el ideal de la belleza sólo lo habían alcanzado los griegos al imitar y perfeccionar la naturaleza. La función del artista moderno sería la de imitar aquellos modelos, pero no para copiarlos, sino para convertirse en inimitable.
Esa admiración sin límites por el arte grecolatino no fue compartida por otros artistas e intelectuales de su época. En 1763, escribía que sólo había vivido ocho años, los de su estancia en Roma. En esta ciudad, muy pronto se convirtió en consejero y amigo de uno de los más grandes coleccionistas y mecenas del siglo XVIII, el cardenal Albani, que llegó a construir una villa, no para vivir, sino para guardar sus colecciones y su biblioteca. Winckelmann no sólo fue bibliotecario del cardenal, sino su asesor artístico y ambos discutían y pensaban en la disposición más adecuada de los objetos en la construcción.
Winckelmann, que llegaría a ser Prefetto delle Antichitá di Roma, y el padre de la arqueología moderna y de la Historia del Arte, había publicado en Dresde, muy poco antes de su llegada a Roma, un ensayo que acabaría constituyendo su más célebre obra, Historia del Arte en la Antigüedad, de 1764. El ensayo, en el que defiende el Neoclasicismo, llevaba por título Reflexiones sobre la imitación del arte griego en la pintura y en la escultura (1755), y en él, Winckelmann defendía la belleza ideal alcanzada por los griegos y rechazaba la imitación directa de la naturaleza.
Si en sus reflexiones establecía la relación entre arte y clima para alcanzar la belleza, en la Historia del Arte en la Antigüedad ampliaba esas ideas para defender que en Grecia, y por lo tanto así debiera ser en el mundo moderno, la belleza ideal se alcanzó gracias a las condiciones políticas democráticas que permitieron el desarrollo y perfección del arte. Pero Winckelmann no sólo creó un método para estudiar el arte griego, o para proponer una estética a los artistas modernos, a los que solía aconsejar que se inspirasen en su interior y no en la naturaleza, sino que inventó un lenguaje para analizar las obras y la Historia del Arte. Un lenguaje no centrado en inventariar o catalogar a la manera de los eruditos o de los anticuarios, sino una forma de expresión en la que el sentimiento de lo bello, su percepción subjetiva, la emoción que produce el objeto, son argumentos prioritarios.
Una belleza con bases en Grecia y que el artista moderno debía transmitir imitando la mímesis de los griegos, imitando la imitación, lo que no deja de ser una versión del neoplatonismo. Su esfuerzo intelectual consistió en recrear históricamente la imitación de la idea y no como hacia el pensamiento académico y convencional, sino que se redujo a proponer modelos para copiar. Los racionalistas del siglo XVIII no compartieron sus ideas, llegando a insinuar que hablaba de modelos estéticos atemporales.
Winckelmann considera lo bello en el arte dado por una serie de elementos y proporciones. En primer lugar hay que destacar la concordancia de las partes con el todo donde entra en juego todo el cuerpo y sus extremidades, la anatomía, el ritmo, la simetría, el color, la armonía, y también toma en cuenta el modelado y la composición. Todo esto como referente considerar si la obra de arte es bella o no, dependiendo de estos factores y de toda su relación para lograr un equilibrio armónico que transmita una belleza sensible.
Entre los cánones del cuerpo humano, Winckelmann nos habla de cómo debe representarse, en primer lugar nombra la cabeza y sus características: ‘‘el perfil que es la línea que describe la frente y la nariz, donde si la línea es más recta procura más belleza. La frente para que sea bella debe ser baja. Los ojos, que varían de tamaño deben tener la abertura de los párpados arqueados. Los párpados formando ciertos pliegues que expresan una belleza en los ojos. Las cejas formadas por un arco sutil que describen los pelos, la forma de las cejas están producidas par el contorno señalado por el hueso que está revestido por las mismas cejas. El mentón adquiere belleza por su redondez graciosa y compleja. Los cabellos varían según la época y estilo, como en el arte griego (en la antigüedad no era considerado el cabello como parte esencial de la belleza sino una ayuda para hacerla resplandecer más). En cuanto a las manos y los pies tienen que ser tratados de forma sutil.’’
En conclusión podemos decir que la aportación de Winckelmann es la más numerosa y la que alcanza una mayor difusión en su época. Ejerció una gran influencia ilustrando a profesionales y no profesionales acerca del arte, principalmente clásico.


Comparación entre Hogarth y Winckelmann
Para realizar una comparación entre las ideas estéticas de Hogarth y Winckelmann, hay que atender ante todo a que el primero de ellos estaba mucho más inmerso en el mundo de la pintura y el grabado, en definitiva las artes plásticas, por lo que se le puede considerar un artista; mientras que Winckelmann centro toda su obra de manera teórica hacia la Historia del Arte, de la que se le considera fundador.
Existen varias diferencias entre estos dos autores que fueron contemporáneos, pero moviéndose en distintas facetas y pensamientos del arte. Por un lado Hogarth, defiende fervientemente el naturalismo, en contra de la enseñanza de la Academia y de la corriente clasicista, algo que choca con fuerza cuando hablamos del pensamiento tan marcado de Winckelmann dentro del Neoclasicismo. Un defiende la reforma dentro del arte hacia la modernidad, dentro de un pensamiento naturalista y empirista, mientras que el otro esta a favor de la imitación y los ideales de la Antigüedad Clásica por encima de todo. En este contexto, Hogarth estaba dentro de los aires de libertad que llegaban a Inglaterra después de las revoluciones del siglo XVII, mientras que Winckelmann, fascinado desde Alemania por la antigüedad, se fue a Grecia y Roma, donde se vio influenciado por todo el racionalismo de los clásicos.
Winckelmann estaba a favor, y así lo confirmo en sus tratados, del empleo de todos los temas clásicos en el arte, temas mitológicos y modelos greco-latinos; en este sentido, Hogarth supuso una renovación para la pintura y el grabado inglés del siglo XVIII que seguía esa línea, introduciendo en sus obras temas morales de interés social, de la vida cotidiana de la sociedad inglesa con muchos matices satíricos. Al mismo tiempo en lo que se refiere a la enseñanza, Hogarth aplicó los mismos principios que a su pintura, una enseñanza democratizada donde no existía una jerarquía; Winckelmann en su Historia del Arte en la Antigüedad busca todo lo contrario, introduciendo sus ideas a la manera más racionalista y neoplatónica, al modo de los eruditos; en contraposición el estilo de Hogarth es más sencillo para hacerlo accesible a todo tipo de público, ya fuesen profesionales o no.
Cave destacar de Hogarth el impulso que dio en Inglaterra para crear una ley para la protección y los derechos de autor en sus obras, que supuso un enorme cambio en la Historia del Arte, para salvaguardar los derechos y la originalidad de las obras de cada artista, algo que repercutirá posteriormente en todo el panorama artístico.
Hogarth defiende la naturaleza como fuente principal de la belleza, mientras que Winckelmann señala el arte grecolatino como modelo ideal de todo arte, del que hay que realizar una minuciosa mimesis. Hogarth prefería más un naturalismo frente a un realismo, extraído directamente de la naturaleza, y no de las copias de copias, como hacían los clásicos.
En conclusión podemos decir que por un lado Winckelmann defendía la belleza ideal alcanzada por los griegos y rechazaba la imitación directa de la naturaleza, ampliaba esas ideas para defender que en Grecia, y por lo tanto así debería ser en el mundo moderno, considerando también que lo bello en el arte sigue una serie de elementos y proporciones, es decir, un canon; mientras que por otro lado, Hogarth defendió la imitación directa sobre la naturaleza, pero incluyendo como temas para el arte temas de la sociedad, cotidianos, más cercanos a la gente de la calle.
Ambos supusieron un referente para el arte, uno como padre de la teoría de la Historia del Arte y otro como padre de la pintura inglesa, pero siempre aportando sus ideas estéticas y marcando un antes y un después en este ámbito.

Bibliografía:

- Hogarth, William. Ciencia y critica de una época 1697-1767. Real Academia de Bellas Artes de San Fernando. Madris, 1998.

- Barasch, Moche. Teorías del arte, de Platón a Winckelmann. Alianza forma. Madrid, 1996.

- Enciclopedia Espasa Calpe.

Bibliografía ampliada:

- Winckelmann, Johann Joachim. Reflexiones sobre la imitación del arte griego en la pintura y escultura. Edicions 62. Barcelona, 1987.

- Docampo Capilla, F. Javier. Hogarth y la estampa satírica en Gran Bretaña. Madrid. Biblioteca Nacional, 1999.

- Winckelmann, Johann Joachim. Historia del arte en la Antigüedad. Barcelona. Iberia, 1984.

1 comentario:

  1. La edición que nos da está fusilada,
    Acaban de empezar con la versión francesa a ver si en unos 10 años se la terminan,
    http://www.anarkasis.net/Winckelmann/historia-del-arte-antiguo.htm

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